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martes, 15 de marzo de 2011

El Maestro Fermín López

Don Fermín López, "Maestro Fermín" se levanta temprano aquel día de fines de marzo de 1865, en que se iniciaba la Guerra de la Triple Alianza.

Por la ventana, y por -encima del techo de la casa de enfrente, mira en la lejanía dorada por el sol de la mañana, la mole azúl del Ybyturuzú. Inicia el día con la monotonía de siempre. Su vida frugal y sencilla está perfectamente ordenada: modesto desayuno seguido de sus preparativos para dirigirse a la única escuela de Villarrica -su ciudad natal- distante pocas cuadras de su casa. La ciudad es pequeña doce a quince cuadras con apariencia urbana. Sus alrededores, poblados de añejos naranjales y tupidos bosques y cruzados por fuentes de agua.

En una de las esquinas, un grupo de hombres, comentan los acontecimientos políticos del momento, y el Tratado Secreto de la Triple Alianza, que sembraba la efervescencia patriótica. Don Fermín López, se une al grupo, y, escucha que la patria llamaba a sus hijos a las armas. Minutos después, se dirige a la escuela, en cuyo recinto ve compendiado y reflejado la esperanza, la geografía y la historia del país. Llega al vetusto edificio escolar que aún subsiste como reliquia histórica con el nombre de Ramón I. Cardozo Penetra en él; se sienta en su rústica silla de maestro, y queda sumido en una profunda quietud interior. A ratos se pasea nervioso y vuelve a sentarse pensativo. De pronto -se yergue en una postura marcial y pronuncia una arenga que termina con estas palabras: "Niños; no olvidáis que la patria está en peligro y, que en presencia de los sagrados deberes para con ella, nuestros pechos han de ser murallas cuando así las circunstancias lo -exigen. Levantemos nuestro espíritu, y repitamos la consigna de la hora "Todo por la patria". "Vencer o morir". Un profundo silencio, domina la clase. Su voz cálida; persuasiva y grave, con un poder de encantamiento, vuela entre el grupo silencioso y todos prorrumpen en un aplauso que rubrica la decisión de aquellos niños que en los últimos episodios de la guerra, oponen resistencia con la muralla de sus pechos infantiles, el empuje del invasor.

Transcurren los años. La guerra sigue con sus escenas de sangre y desolación. Llega el año 1869. Los ejército de la Alianza al mando del Conde D´Eu se encamina hacia Piribebuy -la nueva capital de la República. El pueblo paraguayo, en su marcha, sigue dando ejemplos hasta con las mujeres y sus niños, de cómo se defiende la patria y la justicia de una causa. A Fermín López, maestro de escuela de 1842 a 1867 en su pueblo natal, a pesar de su edad, lo vemos con el grado de Sargento Mayor, comandando en Piribebuy, dos batallones de muchachos de 13 a 14 años. Forman éstos, la Escuela Reducto, donde como maestro cumplía la consigna de enseñar lecciones de patriotismo. "Aquí mis niños soldados aprenderán a sufrir por la patria, y a saber morir por ella, si necesario fuera" piensa el maestro guerrero.

Sin importarsele la inclemencia del tiempo, la sordidéz tremebunda de la muerte, y el dolor que se cernía en el ambiente, el maestro soldado, de corazón de sembrador, sigue enseñando día tras día, en los momentos de tregua que sigue a la lucha en trágica sucesión.

Pasa revista a nuestra historia ante sus niños soldados. Remernora nuestra lucha por la libertad; el austero gobierno de Francia, la época de grandeza del patriarca Carlos Antonio López, la odiosa e inicua guerra de conquista y pillaje emprendida por la Alianza, y, culmina su enseñanza entonando el himno patrio; vivando al Paraguay y al Mariscal López.

Pero llega el día de la prueba para el ejército de soldaditos que simbolizaban a "una raza que agoniza en los vericuetos de una abrupta cordillera bajo la serenidad inmutable de un ciclo en cuya clámide el sol invernizo derrama lánguidamente sus fulgores trémulos".

El 12 de agosto de 1869, el batallón de niños soldados al mando de Fermín López, Sargento Mayor y maestro del Reducto Escuela, defiende con bravura inigualabhe, aún con las lanzas rotas, la plaza de Piribebuy. El ataque es furioso; la carga insólita sobre aquellos adolescentes inflamadas, que aún heridos, seguían combatiendo con fuerza, con la decisión inquebrantable de no permitir la profanación del terruño. El maestro Fermín López, al lado de "aquellos -aguiluchos cuya crestas besó la tempestad" exhorta e infunde valor a esta legión de héroes. Y los niños soldados, enardecidos por el ejemplo del maestro, antes que abrumarse por el peso del infortunio, tienen sus corazones poseídos de una ira invencible. Llega el último momento del cuadro desesperado de heroísmo de estos valientes, cuando el filo del sable acomete con furia contra el valiente jefe de la legión infantil. El Sargento Mayor Fermín López, cae herido de gravedad en el atrio de la Iglesia y degollado más tarde por orden del Conde D'Eu.

Nos dice O'Leary "Herido desde los comienzos de la lucha, vio caer unos tras otro, casi todos sus  minúsculos soldados. Aquellos niños sublime habían aprendido las lecciones del maestro y sabían cumplir el juramento aquel de nuestro himno: Morir, Morir, Morir.

Cuando tras el último rechazo a los asaltantes se preparaban para el ataque decisivo, el Maestro Fermín se desplomó como una torre herida por un rayo. Casi no le quedaba sangre. Pero se había mantenido de pié hasta aquel instante haciendo un esfuerzos sobrehumano, sostenido por la resistencia. Después... después cayeron las sombras precursoras de la muerte sobre su alma desvaneciéndose en un sueño reparador. Fue entonces cuando sus discípulos cargaron con él hasta el templo queriendo salvarle la vida. Y el viejo guerrero alcanzó a saborear en su agonía el deleite infinito de conocer aquel rasgo de amor de abnegación. Volvió en si cuando iban a dejarlo para correr a morir. Pudo al menos decirles adiós y estrechar sus manos guerreros por vez última. En el reducto escuela, Osea en el ángulo S.E. de las trincheras de Piribebuy nadie sobrevivió. Sólo falta agregar que aquel Jefe tan heroico y tan amado de sus tropas, no era otro que el maestro de Villarrica que vimos partir a la guerra en medio de las lágrimas de sus discípulos".

El maestro Fermín, aquella mañana había entregado su vida a la patria con la sencillez del que está acostumbrado a dar, y enseñado a sus alumnos una última y más patética clase, la más auténtica y acabada lección de patriotismo. Los despojos sangrantes y mutilados de aquellos mártires de nuestra epopeya muchos de ellos guaireños que partieron para el reducto escuela quedan en Piribebuy como jalón inaccesible de heroísmo. Y en las noches calladas en ese lugar de inmolación de los niños mártires, aún parece que se escuchan las pláticas de patriotismo de aquel gran maestro soldado. entre tanto, en eh paraíso de los héroes, el Maestro Fermín y sus niños siguen platicando sobre la patria amada.